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Personaje

Leo Prieto en órbita: la aventura espacial que sedujo a Arauco, Möller, Köhler y Del Río

Leo Prieto en órbita: la aventura espacial que sedujo a Arauco, Möller, Köhler y Del Río

Hace cuatro años Leo Prieto y su equipo comenzaron a planear la creación y despegue de un satélite. Lo anunció esta semana desde la COP 26, y en esta entrevista detalla la travesía para llegar al espacio de la mano de SpaceX y la inversión de empresarios chilenos. "Estoy alucinando", confiesa.

Por: María José López | Publicado: Sábado 13 de noviembre de 2021 a las 21:00
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A Leo Prieto siempre le han gustado los mundos paralelos. De niño, por el trabajo diplomático de su padre, vivió en São Paulo, donde probó por primera vez una máscara para bucear cuando tenía 9 años.

“El mundo cambió para mí. Se abrió”, rememora el emprendedor. En 1996, de 13, después de pasar años en España, Tailandia y Holanda, volvió a Chile y descubrió Internet: tuvo su primer computador, un Macintosh Classic II.Otra vez el planeta se transformaba.

Y, ya más maduro, con 42 años, casado, tres hijos, seis emprendimientos desarrollados exitosos -dos de ellos vendidos-, el mundo volvió a girar. Esta vez llegó más lejos. Prieto conoció el espacio.

Gabriela

“Ahí tienes la COP 26 de fondo”, asegura Leo Prieto desde Glasgow. Son las 2 pm del lunes 8 de noviembre, detrás de él se ve el clásico globo terráqueo que ilumina “la zona azul” de La Conferencia de las Partes, y uno que otro expositor que a esa hora deambula por el centro de eventos que reúne al “green set” del mundo en Escocia.

Leo Prieto afina los últimos detalles de la charla que daría al día siguiente -el martes, en el panel sobre remoción de carbono-, instancia en la que participaron 9 expertos internacionales y que él aprovechó para dar a conocer “una bomba”: Lemu, su último emprendimiento, lanzará un satélite el primer trimestre del 2023. Se trata de la primera nave de un privado chileno y cuyo despegue está a cargo de SpaceX, la firma de Elon Musk. “Chile, el país más austral del sur global, está creando soluciones para la crisis ambiental: vamos a lanzar un satélite para observar la biodiversidad”, sorprendió Prieto durante su intervención de cinco minutos.

“No sabes lo feliz que estoy contándote esto. Llevo cuatro años guardándomelo”, desglosa.
Todo partió al principio de 2018. En el verano. “Venía de varios emprendimientos digitales. En el último había trabajado con inteligencia artificial y machine learning para entrenar robots, softwares, cuya tarea principal era la venta, el marketing: cómo las empresas pueden generar más, vender más. Entonces pensé: ‘No tengo nada en contra de eso, pero tenemos una crisis ambiental gigantesca, ¿por qué no dedicamos esta tecnología a un problema tan grande y ambicioso como este?’”. Así nace Odd Industries -industrias extrañas, en su traducción- con el fin de digitalizar el mundo análogo y que compañías de rubros contaminantes tuvieran datos concretos para reducir emisiones.

Entonces -recuerda- “apareció un elefante blanco, la construcción”. “No solo es de las industrias más grandes del mundo, mueve cerca de US$ 12 trillones anuales, también es una de las más contaminantes. Si fuera un país, sería el tercer mayor emisor de CO2 después de China y EEUU”, relata. Odd comenzó a trabajar precisamente ahí, y como buen marketero, ofreció lo que las compañías querían escuchar: reducción de costos. De paso, él avanzaba en su propia meta. Lo explica: “Todos los proyectos se atrasan, según McKinsey, en un 98% de los casos. Y dijimos, ‘si usamos tecnología para hacer esta industria más eficiente, la obra no solo sería más barata, sino menos contaminante. Apunté al bolsillo, me contrataban el servicio. Y en paralelo, reducía su huella”.

-¿Cómo fue el salto de eso al satélite?
-De inmediato. Si queremos entender y observar el mundo real, analizar con más precisión la biósfera, la única forma eficiente de hacer la escala, es con un satélite.
Y retoma: “Yo amo los drones, tengo cinco. Pero el modelo de negocios no daba. Evaluamos aviones y globos meteorológicos, ambos descartados. ¿Cuántos se necesitarían? Tras el ejercicio, en dos minutos llegas al satélite”.
El primer nombre que tuvo la nave fue Gabriela (en honor a Gabriela Mistral) y su nombre código era “Odd-1”.
“¿Pero cómo cresta me consigo un satélite?”, se preguntó Prieto a fines del 2018. Y empezó la aventura.

Entrando a los laboratorios de Space City.

“Lanzaré un satélite”

“Me acuerdo cuando se lo comenté a mi socia principal, mi mujer. ‘Eva (Siebert), parece que voy a tener que lanzar un satélite’. ‘Pero cómo te vas a meter ahora en satélites’, me respondió ella”, rememora Prieto entre risas.

Tras el primer levantamiento de información concluyó que de los cerca de 3 mil aparatos que él dice que por estos días navegan en el espacio, la mayoría están dedicados a observar el hemisferio norte. Y en Latinoamérica, Chile era de los países con menor cobertura. Otro dato: “Chile es lider mundial en mirar desde la Tierra al espacio, pero es increíble que en la región somos los más atrasados mirando desde el espacio hacia la Tierra”.

Así, todo el 2019, y en paralelo a los trabajos que encabezaba en Odd -en minería y construcción-, Prieto buceó en Google nombres de empresas de satélites y para entender la industria, dice, “como buen emprendedor toqué todas las puertas posibles, mandé 100 mails, me respondieron 20, y cuando logré hablar, varios me respondieron ‘ah, nosotros no hacemos de los pequeños, sólo de US $ 200 millones. Pero conozco alguien que te puede ayudar”. Fue armando el mapa y viajó a Inglaterra, Suecia, Dinamarca, Lituania, Italia, EEUU y China. “Los acuerdos de confidencialidad requerían que prácticamente entrara con los ojos vendados”, señala. Eran viajes cortos, pero intensos. “Seis países en cuatro días”, dice.

Uno de los lugares “más alucinantes” de la travesía, asegura, fue el caso de China. En mayo del 2019 viajó a Space City en Beijing, un lugar que él describe como “el Silicon Valley del espacio”. “No me había caído la teja de lo que esta industria espacial era para China”, revela.

Cuando entró se topó con un control militar. Luego otro. Otro. En total, fueron cerca de seis. Leo Prieto recuerda que debió dejar su celular y pertenencias en un locker blindado antes de entrar a una sala con oficiales armados. Se vistió con traje espacial, subió a un bus y partió a otro edificio. Más controles. Hasta que logró entrar a la sala “mágica”: era un espacio con grandes galpones y banderas chinas. Vio ahí un simulador solar, un satélite que estaba en construcción, las piezas del rover chino Chang’e que llegó a la Luna en 2019. “El nerd que vive en mí no podía creer dónde estaba metido, las cosas que veía. Tenía los pelos de punta”, confiesa.

Luego, vendría la parte de la “entrevista”. “Una reunión con mucho alcohol y yo tomo con suerte una cerveza al mes… Después de varios shots de un trago chino, dispararon las preguntas: ‘¿Está involucrado el gobierno chileno?’ ‘¿Van a darle algún uso militar?’ ‘No, es una iniciativa privada. Esto es para la observación de ecosistemas de biodiversidad y uso de suelos’, respondía”, recuerda Prieto.

"Lo que estamos haciendo es inédito en el país", profundiza ahora desde Glasgow. “Chile ha lanzado cerca de cuatro satélites en total (en este momento no hay otro en órbita) y las otras experiencias de este tipo, los Fasat, fueron estatales. En el mundo, no hay más de una decena que tenga foco en ecosistemas”.

¿Y cómo lo financiamos?

Viaje tras viaje unió cabos hasta que con su equipo diseñó cómo debía ser su satélite: el chasis y la nave -en inglés se conocen como spacecraft- debía ser pequeño y de aluminio. Por el tamaño, 6U, equivalente a una caja de zapatos, esta categoría se llama nanosatélite y la empresa NanoAvionics, en Lituania, quedó a cargo de su fabricación. “Si nuestro objetivo es revertir la crisis ambiental, debía ser lo más eficiente”, explica. Otra característica: el cohete debía ser reutilizable. Ahí es cuando entra en escena SpaceX, que se dedica a lanzamientos orbitales reutilizables. “En cinco años se estrellará contra la atmósfera terrestre y se convertirá en polvo de estrellas”.

Sumando y restando, el costo total será de US$ 1,5 millones. Eso implica fabricación y ponerlo en órbita. Por confidencialidad, no puede revelar los valores específicos, pero da una idea: lo más caro es el lanzamiento; segundo, el sensor o cámara -a cargo de Simera, en Sudáfrica (ver recuadro)-; tercero, el aparato mismo.

“Debía ser sustentable económicamente también. Entonces pensé a quién le puedo vender servicios satelitales”, señala el emprendedor. Entre los primeros que aparecieron como posibles clientes fueron los propietarios de grandes extensiones de superficie: las empresas forestales.

En septiembre del 2019 se acercó a Gianfranco Truffello, CFO de Arauco. “Voy a lanzar esto. ¿Serías mi cliente?”, le preguntó Prieto mientras dejaba una maqueta a escala real de la nave sobre su mesa.

Leo Prieto y su equipo en las Torres del Paine con el satélite Lemu Nge, que significa ojo del bosque en mapudungún.

Entran Möller, Del Río y Nazal

Las conversaciones avanzaron y terminaron con Arauco interesado en adquirir un porcentaje de la compañía, hito que se anunció en diciembre del 2020.

Luego levantaron su ronda de capital semilla de US $ 2 millones en el primer trimestre del 2019 que, además de la firma controlada por el grupo Angelini, atrajo a varios inversionistas chilenos: la familia de Víctor Möller (Hortifrut), Alexander Köhler (gerente general Kaufmann), Jorge Nazal (dueño de Intime), Juan José Del Río (gerente de inversiones en Inder). “Fueron los primeros en creer y apostar que Chile podía llegar al espacio. En el país sí existen inversionistas que toman riesgos y apuestan por cosas que nunca se han hecho”.

En concreto, ¿qué hará Lemu Nge? Leo Prieto va al pasado para explicarlo, a emprendimientos como Betazeta y Fayerwayer, “el blog en español más leído del mundo, con comunidades de 10 millones de usuarios únicos mensuales”. Entonces, plantea, “yo sé atraer audiencia en Internet, y pensé que debía unir esas dos cosas: juntar la información del mundo natural y crear una comunidad que pueda tomar acciones con esa información”. “Debemos poner la fuerza en que los ecosistemas sean valorizados por sí mismos, que deje de ser considerado filantropía”, añade.

Para darle fuerza a esto, Odd debía dejar de existir, y en julio creó Lemu, emprendimiento que él y su equipo llaman “un atlas de la biósfera”, es decir, una colección de información geoespacial sobre el mundo natural “desde 10 km arriba de la atmósfera, hasta 8 km al fondo del mar”. De ahí viene el nombre con el que rebautizaron el satélite, Lemu Nge.

El emprendedor habló con los más de 50 clientes de Odd, les contó que dejaría de ofrecer sus servicios y delegó los trabajos a terceros. “Todo emprendedor sabe que no se puede dejar botados a los clientes. Y en eso estuvimos este tiempo”, explica.

La transición partió a principios de año, y terminó en julio. “Esta es la última entrevista en la que hablo a nombre de Odd”, revela. La firma, a fines del 2020, facturaba US$ 1 millón.

Hombre de verde

En Lemu trabajan 28 personas -de seis nacionalidades, de 22 a 65 años– virtualmente, sin oficina. “Hay personas como yo, sin título universitario, otros con postdoctorados. Un equipo diverso en todo sentido”, asegura. Y profundiza: “Sangeetha Narayan, cofundadora y Chief Product Officer de Lemu (de India), me dice ‘eres adicto a la diversidad’. Y la verdad es que sí. Estoy convencido de que logra mejores resultados, no solo porque es lindo y cool, sino porque se logra inteligencia colectiva. En cambio, con pura gente igual, produces estupidez colectiva”.

Ha pasado una hora y media desde que partimos conversando. Se acerca un expositor danés y le pide que bajemos el volumen. “Minutos antes de empezar a hablar contigo había protestas de grupos ambientalistas muy fuertes aquí afuera”, advierte.

-¿Tú te consideras ambientalista?
-Sí, pero no activista. Soy naturalista y antes de todo esto soñaba con Jacques Cousteau y ser oceanógrafo. Hago muchos baños de bosque a la semana y hace quince años me visto de verde todos los días para mimetizarme con el bosque, me vine a vivir al sur, pero no soy vegano, ni protesto: en vez de encadenarme a un poste y reclamar, prefiero armar un equipo y trabajar. De todos modos, es bueno que existan ambientalistas furiosos como los de los años ‘80 y ‘90, o como Greta Thunberg, que apuntan con el dedo: nos recuerda que tenemos que crear soluciones.

Se despide, no logra disimular el entusiasmo que le genera todo esto: “la tinta de las firmas de los contratos se secó”, el satélite ya se está fabricando, el próximo año viene su certificación y a principios del 2023 despegará desde la base que tiene SpaceX en Florida.

Después del lanzamiento la nave se prende -“es lo que se llama first light”- y tres meses después, Lemu Nge hará lo suyo. ¿Posibilidades de que la misión fracase? “Ningún Falcon 9 lanzado por SpaceX ha fallado. La tasa de éxito es alta, pero esta es una industria muy riesgosa, nada está asegurado”, revela. Y calcula: “faltan 456 días”.
¿Qué viene después? “Nunca se sabe. Puede que aprendamos y digamos ‘hay que seguir lanzando 50 satélites más’ o que no necesitamos lanzar ningún otro’”.


La súper cámara

Lemu Nge tendrá un generador de imágenes hiperespectral de alta resolución que, según explica Leo Prieto, “tiene 20 veces más resolución que lo que ofrecen la mayoría de los proveedores y seis veces mejor que los mejores proveedores”.

“Estoy alucinando. Es como un Ferrari para los fanáticos de los autos”, ejemplifica. La mayoría de las cámaras, dice, tienen tres bandas de luz -rojo, azul y verde-, esta tendrá 32.

“El ojo humano llega a 700 nanómetros de rango espectral, y este sensor llega a 900, lo que permite tener muchas capas de luz para procesar con visión artificial y ver cosas que no se lograba en una foto normal. Por ejemplo, identificar especies, como un pellín, o un coigüe, desde 500 km de altura. Una locura”, remata.


El crecimiento

En 1995, cuando tenía 15 años, creó su primera página web. Se transformó en su primera empresa, Imagemaker: dos años después entró a arquitectura, al año se cambió a diseño industrial en pleno boom de las punto.com, lo que finalmente lo condujo a dejar sus estudios y dedicarse al emprendimiento.

Y no paró más. Creó Aardvark, Fayerwayer, Simio, Saborizante y Betazeta -comunidad de blogs que Copesa adquirió un 20% en 2011, por US $3 millones y que en 2016 vendió al conglomerado sueco que controla Publimetro-, y a los veintitantos era el empresario de internet más reconocido de Chile. Como en todo, aquí también existen voces críticas que le han reprochado su figuración.

“Hace años me afectaba mucho, ya no. Estoy tranquilo con quien soy, no tengo ni media ínfula de rockstar, soy muy hogareño, vivo en un pueblo chico junto a un bosque primario, prefiero estar caminando con mi familia entre los árboles que en Sand Hill Road en Silicon Valley”, responde.

En Space City, Beijing, abril de 2019 (la foto de la página izquierda, es en este mismo lugar).

El legado que deja Alfonso Swett

Pensó ser sacerdote y filósofo. Terminó estudiando Ingeniería comercial. Fue director de Forus -entre otras varias compañías-, presidente del comité ejecutivo de Clapes UC, líder de la CPC entre 2018 y 2020 y director de la fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre (AIS).

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